Cuando comenzó el regreso, el solitario viajero sintió que tenía el suave sol de las seis a la espalda. Vio su sombra proyectarse ante él, como un paseante silencioso que le precediera por el sinuoso sendero.
Tal vez por el rato que había descansado junto a la Laguna Capri, tal vez por efecto del agua fría en sus pies, tal vez por el optimismo que siempre había despertado en él esa hora de la tarde en la que el sol comienza a perder fuerza poco a poco, el paso del montañero ocasional se volvió vivo y alegre.
Y mientras caminaba de regreso a El Chaltén se sintió como uno de esos personajes de las novelas alemanas que leyó al final de su adolescencia, como Werther o Hans Castorp, revividos por el contacto con una naturaleza sutilemente domada, siempre amable, siempre generosa, siempre ofreciendo delicadamente una pequeña sorpresa que descubrir con asombro.
Y recordó los tiempos en que leía esas novelas como tiempos muy remotos en los que él, al igual que los adolescentes alemanes sobre los que trataban, no era capaz de adivinar todavía nada que pudiera detener su paso, cambiar su destino, alterar la armónica naturaleza con la que se fundía en esa juventud que el creía perpetua.
2 comentarios:
Madre mía, ¡qué belleza de texto, Dani! Es emocionante...
¡Muchísimas gracias, Miss!
Un beso desde Bariloche.
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